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A lo largo del curso organizamos convivencias, encuentros y jornadas con jóvenes de distintas edades que tienen una inquietud vocacional al sacerdocio como opción de vida cristiana.

Si te planteas el sacerdocio: ¡No tengas miedo!

Ponte en contacto con nosotros y te ayudaremos en tu proceso de discernimiento sobre la vocación.

Tlf. 653 16 33 68

seminario@seminariodehuelva.org

 

¡¡Estar superenamorado!!

La vocación no es otra cosa que reconocer que Dios tiene debilidad por ti y rendirse ante esto; es intentar corresponderle con la totalidad y la exclusividad del tuyo. Y no falla; al corresponder, al darte, encuentras la saciedad, lo que andabas buscando, lo que mendigaba tu corazón, tan necesitado y tan hambriento.

Lo mejor de todo es que Dios no siente las cosas igual que nosotros: Él es libre, pero de verdad, de nadie necesita; por eso puede amar sin desfallecimiento, por puro amor. Es misericordioso, y ha querido «necesitar» del hombre, venir a solicitarle, rondarle una vez y otra, quererle como ni siquiera el hombre mismo sabe. Por eso sigue amándole, a pesar de todas las meteduras de pata.

Además tiene capacidad más que sobrada para llenar —y rebosar— el corazón humano.
De Dios se puede uno enamorar perdidamente; repito: estar enamorado-enamorado, estar SUPERENAMORADO; y eso hace ¡¡¡SUPERFELIZ!!!: el no poder ni respirar sin pensar en la persona a la que se quiere. Y el que no entienda este lenguaje, es que nunca ha estado enamorado, porque aún no ha descubierto el Amor o porque vive quizás acurrucado en su mediocridad.

Mira, ya va siendo hora de que te espabiles, te plantes ante tu vida, salgas de esa especie de hogar del jubilado en que te encuentras y apuestes, con valentía, por algo grande.

Si estás satisfecho de ti mismo, no me digas que eres joven; eres un jubilado —insisto— aunque tengas quince años. Los jóvenes nos caracterizamos por la pasión de vivir. Mi mejor día es hoy, si está empezando, y lo será mañana, si estoy a punto de irme a la cama.

Los jóvenes vivimos ilusionados. Los pasotas, los amargados, los que tienen la cabeza en mil cosas, no son jóvenes; están encadenados en su propio estiércol, y eso siempre es improductivo. Los verdaderos ilusionados son insatisfechos por sistema, que lanzan a diario su alma a la aventura, sin miedo a los golpes; son los que mantienen insobornablemente su capacidad de asombro, la sorpresa de descubrir cada día cuán amados somos sin apenas enterarnos.

¿No te conmueve tanto amor?


Entonces ¿POR QUÉ TE RESISTES?

¡¡¡¿¿A qué esperas??!!!

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¿Cómo llama Dios?

¿Y cómo tener la certeza de que Dios me llama? ¿Qué es lo que han visto esos miles de almas del mundo entero que se han entregado a Jesucristo, jugándoselo todo a una carta?

Es desde luego conveniente que te hagas esas preguntas antes de tomar una decisión que cambiará tu vida en una aventura estupenda. Pero ante todo debes preguntarte: ¿estoy dispuesto a responder que sí, si descubro que, en efecto, Dios me llama? ¿Quiero de verdad ver claro o busco sólo una excusa para decir que no? Si tu respuesta a estas preguntas no fuera afirmativa es porque quizá rechazas la llamada de Dios a la plenitud del amor, e intentas conformarte con una vida tibia y mediocre.

Veamos cómo llama Dios. «Nos cuenta San Lucas que unos pescadores lavaban y remendaban sus redes a orillas del lago de Genesaret. Jesús se acerca a aquellas naves atracadas en la ribera y se sube a una, a la de Simón. ¡Con qué naturalidad se mete el Maestro en la barca de cada uno de nosotros!: para complicarnos la vida, como se repite en tono de queja por ahí. Con vosotros y conmigo se ha cruzado el Señor en nuestro camino, para complicarnos la existencia delicadamente, amorosamente.

Así actúa Jesús, de ordinario, empieza por pedir sólo una barca: un poco de esfuerzo, de tiempo, de trabajo, de dinero; como quizás ha hecho contigo, sirviéndose de algún amigo o de alguna amiga. Aún no reclama la vida entera, pero Dios entra ya, como entró en la barca de Pedro— en el corazón de quien eligió desde toda la eternidad.

Jesús, tras predicar desde la barca de Pedro, les ordena a los discípulos que boguen mar adentro y echen sus redes para pescar. «Fiados en la palabra de Cristo, obedecen, y obtienen aquella pesca prodigiosa. Y mirando a Pedro que, como Santiago y Juan, no salía de su asombro, el Señor le explica: no tienes que temer, de hoy en adelante serán hombres los que has de pescar. Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejadas todas las cosas, le siguieron (Lc 5, 10-11).

Es ya la llamada de Dios, aunque el alma se resista a sentirse aludida. Es muy posible que no sienta un atractivo sensible por la entrega —a menudo ocurre precisamente lo contrario—, pero Dios le da luces para entender que el Señor busca brazos para la pesca, para extender su reino; que Dios necesita «un puñado de hombres "suyos" en cada actividad humana 8».

Es posible que esa persona —tú quizás— piense: hay otros con mejores cualidades, más capaces de cumplir la misión divina: ¡que respondan ellos! Tal vez entonces, alguien —un amigo— se acerca a ti y te dice claramente: ¡mar adentro, echa tus redes para pescar; el Señor te ha elegido como me eligió a mí!

La respuesta ya es sólo cuestión de amor, de generosidad. No hay por qué sentir nada. Para decir sí, «basta tener una causa suficiente, un motivo, y es motivo el amor, con la fe y con la esperanza de que Dios Nuestro Señor no nos abandonará en nuestro camino de amor. ¿Claro? De modo que ¡nada de sentimientos! Basta que haya un motivo, y lo hay. El mundo está falto de almas que le sirvan, de gente que le diga la verdad». Con estas palabras contestaba un viejo cura a un muchacho que le preguntaba sobre su posible vocación.

La vocación no es un impulso emocional. Dios hace ver el motivo: el porqué de la entrega. Con eso basta. Luego deja libre al hombre. Lo inquieta, ronda su corazón y le ofrece su mano para ayudarle a dar el salto; pero, como pasa siempre con todas las gracias de Dios, hay que hacer el pequeño esfuerzo de levantar nuestra mano y tomar la que Dios nos tiende.

 

 

 

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